Entrevista a Gustavo Santaolalla
Gustavo Santaolalla, ganador de 19 Grammys, dos premios Óscar a mejor banda sonora original (por Brokeback Mountain y Babel, en 2005 y 2006), dos premios BAFTA y un Globo de Oro, vuelve a España con su gira de Ronroco, el álbum que hace 25 años le abrió las puertas de Hollywood.
Tu gira de Ronroco te trae de nuevo a España. De las cuatro ciudades donde tocarás (Barcelona, Valencia, Málaga y Cartagena), ¿hay alguna en la que no has estado todavía?
Conozco bastante de España. Inclusive he manejado desde Madrid hasta Cádiz, pasando por Granada, Málaga, Sevilla… He estado en Asturias, el País Vasco, Zaragoza, Barcelona o Cartagena, pero nunca en Valencia, así que tengo muchas ganas. Además, hace años –he perdido el contacto con ellos–, tenía relación con una banda valenciana: Seguridad Social. Sé de la gastronomía de la región, por ejemplo, pero voy con la mente bastante en blanco porque quiero sorprenderme.
Esa misma curiosidad, que tú asocias con la búsqueda de la identidad, ¿es lo que te ha hecho tocar tantos géneros y en proyectos tan diferentes?
Sí, y tiene que ver con varias cosas. Una pasa por lo humano. Desde muy chico, desde que me conecté con la música, tengo una búsqueda filosófica y espiritual. Fui criado católico –de hecho, de chico quería ser sacerdote–, pero tuve mi primera crisis espiritual a los 11 años. Siempre he tenido una búsqueda de lo espiritual y un apetito voraz por la vida y eso me pasa con la música también, me encanta toda la música. Mis producciones y las cosas en que he estado involucrado son de una diversidad enorme. Una cosa es obviamente Molotov y otra, el Cuarteto Kronos. Una cosa son eminencias del tango, gente por encima de 70 años, como el trabajo con Café de los Maestros, y otra, una banda que recién comienza. O Café Tacuba, Juanes, las películas, un videojuego. Siempre me pregunto “¿y por qué no?”. Soy consciente de mis limitaciones, pero con lo que tengo, en todas las cosas que me he involucrado siempre sentí que algo podía aportar.
Incluso te gusta tocar instrumentos que no sabes tocar…
Si yo soy un artista, que es como yo me veo –yo no me veo ni como un guitarrista, ni como un compositor de películas. Me veo como un artista que utiliza distintos forums y momentos para expresar su creatividad–, si vos me das un instrumento que no sé tocar, de última lo rompo y grabo el sonido, lo desarmo. Pero generalmente puedo sacarle un sonido, y entonces me pone en una situación de peligro y después me obliga a ser minimalista. Me colabora con mi utilización del silencio, que yo uso muchísimo. También me da una cosa de niño, de jugar. A mí me gusta mucho que en inglés se dice play an instrument. Ese play, como “jugar”, es lo que me pasa cuando estoy confrontado por un instrumento que no conozco. Un ejemplo es Babel, la película de Iñárritu. Babel ocurría en tres lugares distintos del mundo y, en el momento de tener que hacer la música, yo quería una especie de world music pero que no fuera de ningún lugar en particular, y encontré un interlocutor en el oud, un antecesor del laúd –y por ende de la guitarra– que viene del mundo árabe. Igual con los géneros. En Bajofondo, por ejemplo, nunca pretendimos decir que hacíamos el tango nuevo. Hacíamos música contemporánea del Río de la Plata y, por lo tanto, el candombe, la murga, el tango o la milonga tenían que estar presentes, pero también el rock, la música electrónica, el hip hop, el jazz, la música clásica.
Entre todos los instrumentos, el ronroco ha sido una constante en tu música. ¿Cómo llegaste a él?
El ronroco es de la familia de los charangos, pero tiene un sonido y una cosa que lo hace muy distinto. Yo siempre estuve con el charango y un día vi un ronroco en una casa de música en Buenos Aires, lo saqué y lo toqué y tuve una conexión muy profunda: me tocó el espíritu. Había crecido viendo a Jaime Torres, uno de los más grandes charanguistas de la historia en televisión y, cuando empecé a ser más conocido y ganar Grammys, me convocaron para hacer un compilado sobre él, una oportunidad increíble por conocer al maestro. Escuché más de 400 grabaciones suyas y armé un álbum que se llama Amauta. Yo tenía un montón de grabaciones tocando el ronroco, que venía acumulando a través de los años, y un día se las di y le dije: “Jaime, esto es una cosa que hacen unos amigos míos”. Él me llamó a los tres días para decirme: “acá tocas tú, tienes que sacar esto, tienes que hacer un álbum”. Y entonces trabajé seis meses más y saqué este álbum, Ronroco, que condensa 13 años de mi vida.
¿Fue el disco que te abrió las puertas de Hollywood?
Sí. Lo presenté en medio del proyecto de tener mi propio sello, Surco, orientado a una música alternativa rock. El álbum no tenía nada que ver con ese contexto y no iba a tener tiempo ni de girar para promocionarlo. Pero salió y empezó a sonar en las radios, y un día llegué al estudio y me dijeron: “Llamaron de la oficina de Michael Mann. Quiere usar un tema en The Insider, la película con Al Pacino y Russell Crowe”. La escena era lo que llamamos un feature cue, cuando una música toma toda la pantalla y no hay diálogo, y en un momento turning point en la película. Paralelamente, una amiga en común con Alejandro González Iñárritu me habló sobre él, al que le había enseñado el álbum Ronroco, y me dice “está haciendo su primera película y tenéis que trabajar juntos”. Alejandro se vino a Los Ángeles a mostrarnos Amores Perros. Yo estaba con Aníbal, mi socio e ingeniero, nos miramos y dijimos: “hay que hacer esta película”.
Y se disparó tu carrera.
Empieza ahí la trayectoria del Ronroco y mi trayectoria en el cine. Porque viene Alejandro y me dice “¿conoces a Walter Salles?”. Le digo “sí, Estación Central es una película que me encanta”. “Él está haciendo una película sobre Guevara, pero antes de que fuera el Che y vos sos argentino. Deberías conocerlo”. Y conozco a Walter, enganchamos, le muestro mi música y así hago Diarios de motocicleta, que es el primer gran reconocimiento porque el filme gana Mejor Película Extranjera y yo gano la música en los BAFTA. Y luego en Sundance se firma la distribución en Estados Unidos con Focus y ahí me conectan con Ang Lee, con quien coincido dos meses después en Nueva York. En tres semanas hice toda la música de Brokeback Mountain.
Tras 25 años de publicar este álbum que cambió tu vida, ahora le rindes homenaje con una gira.
Lo necesitaba porque nunca lo toqué en vivo. He tocado cosas aisladas en conciertos, pero nunca todo en un mood. Además, hay muchas cosas alrededor, como sacarlo en vinilo –en 180 gramos para audiófilos–, hacer el instrumento digital del roncoco,con Spitfire, o incluso un perfume para esos momentos de introspección. Metimos el ronroco con el que viajé por todo el mundo en una cámara de vacío y tomamos en un cartucho todas las esencias de las maderas del instrumento y, con ellas, nos metimos en el mundo de los inciensos. Cada botella contiene adentro un pequeño cuarzo, porque sabes que a los cuarzos les puedes poner intención, energía. Saldrá al público a fin de año. También, inventé un instrumento que es una mezcla de guitarra eléctrica y ronroco, al que llamé guitarroco, y lo último fue ahora llevar esta música en vivo. El año pasado hicimos 10 ciudades y este año estamos haciendo 20.
¿Cómo te sientes tú cuando ahora otra vez te acercas y le das esta nueva vida sobre el escenario?
Siempre ha sido una experiencia más personal, pero ahora tengo un grupo conmigo y eso le da una energía distinta. Además, el espectáculo está diseñado de una manera muy especial para llevar al público a ese lugar. Yo trato de transmitir a la gente lo que siento al tocar el ronroco y creo que, de alguna manera, también lo sienten. La música tiene también una acción terapéutica y sanadora.